sábado, 24 de abril de 2010

URRACA

El caminante y la urraca



- Ya ves tú. Por aquí andamos, el caminante solitario y la urraca ladrona. Por estos senderos, levantando acta de las cartografías y de los límites fronterizos: que si esta frontera fue trazada después de la guerra de los doscientos años, o aquel otro límite, trazado con la punta de la espada sobre el barro de la venganza y dibujado después en los mapas con tinta de color sangre. Total líneas que se dibujaron con la mano cerrada, a puñetazos. En definitiva, las fronteras son las que son después de una tunda de puñetazos.

Se nos ve la pinta de mala baba, de camineros antisociales, que clamamos como energúmenos siguiendo la larga trayectoria de las cunetas.

Procuran echarnos de las ciudades. En la república no caben ni ruiseñores ni ciertos pajarracos, ni mucho menos una picaza de mal agüero y un caminante descreído -der wanderer como decían a los románticos.

¡Cuánto tino gastaba Platón!

- Chac, chac, chac, chac, chac.

- Nos toman por peones indigentes de las trochas y senderos, así de inofensivos. Ya nos vale, que si no, ya nos hubiesen estrujado, al wanderer y a la urraca. Eso sí, tras las persianas escuchan con sigilo nuestras pláticas para ver si atropan alguna pieza o algún trasto para amueblar sus mentes.

En esta extensa red de caminos nos hemos encontrado con murallas de piedra que, ahora, no son otra cosa que elementos físicos del paisaje turístico y sin embargo, ante estas construcciones, nos invade un olor acre a orín que no puede ocultarnos el arbitrio y el engaño del constructor de muros.

Tu, pajarraco, vuelas por encima de las murallas y bajo tus alas aparecen las líneas inmateriales de las fronteras. Éstas también están dibujadas en los mapas con la tinta indeleble de la infamia.

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