sábado, 28 de agosto de 2010

La fornicación de los pajaritos


Los ruiseñores, jilgueros, gorriones, catachines, pinzones, trigueras, camachuelos y otros pajaritos de lengua insignificante son muy promiscuos. Vuelan entre las copas y saltan de rama en rama fornicando sin parar. Siempre cantan. Sus trinos inspiraron a Mársias.

Otros, como loros, cacatúas, guacamayos, cotorrillas y demás especies de lengua carnosa se emparejan de por vida. No cantan, fornican menos y hablan más.

-Tú, urraca bicolor de plumas blancas y tornasoladas, no cantas y no hablas, matraqueas como un obispo y, después de un cierto entrenamiento, puedes llegar a parlotear. Piensa, sin embargo, que no lo podrás decir todo. En eso de la palabra también hay límites. En cuanto a la fornicación, tu sabrás, pero ten cuidado, los obispos también ponen límites.

- Chac, chac, chac, chac, chac.

-Vuela, mete el pico donde puedas. Vuelve con tus congéneres.

Yo, con las suelas rotas, continuaré por los caminos, hasta los riscos helénicos e iré a las ciudades donde paseó Diógenes con su candil.

Me embarcaré. Desde la nave contemplaré Citerea, isla anhelada, tierra de miel y vino por la que muchos infelices vendieron su franco albedrío. Con calma y con un equipaje liviano, arribaré, al otro lado del mar.

Unas vastas tierras se extienden, entre desiertos, hasta el paraíso de los dos ríos. En las tierras de Ciro hay ruinas de antiguas murallas, ciudades inexistentes de jardines colgantes y recuerdos de la torre que quiso llegar al cielo, la construcción orgullosa destruida por la confusión.

Al pie de la torre de Babel, aquellos insensatos, tuvieron que reencontrar el nombre de cada cosa, e hicieron de cada palabra un encuentro artístico. En otras palabras, dieron nombre a la claridad y a las sombras prístinas. Para conseguirlo sólo tuvieron que dejar que la morfología de las rocas, el vuelo de las aves y el murmullo de los meandros se sobrepusieran al egoísmo y que la naturaleza imitara el nuevo arte de la palabra.

El desierto no detendrá mis pasos. Iré a la ciudad antigua, donde está la calle de la Amargura, donde se lamentan ante el muro, donde cuentan las victorias de Judas Macabeo y las hazañas de Senaquerib.

De "El caminante y la urraca"

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