jueves, 16 de septiembre de 2010

De la naturaleza


... gozando
a veces del sol, a veces de la sombra,
todo juego, todo mar, toda melodía, todo tiempo sin fin.
Sils-Maria F. Nietzsche

Recuerdo los paisajes de cuando era niño,
-todo era más grande entonces-
permanecen en la memoria las casonas
de paredes mal pintadas con ventanas
abiertas al campo luminoso.

Los rayos de sol, por las rendijas,
hacían estelas de insectos,
que en las baldosas dibujaban
caligrafías de lectura indefinida,
que poco a poco aprendí a leer.

Las canciones están presentes aún
y se funden en la mirada de este martes,
y hoy hago, de aquel paisaje,
una biografía de recuerdos,
de arte y de razón.

Contemplo de nuevo las cumbres,
los riscos y los matorrales,
que se han alineado dentro del juicio
en un orden perfecto que replica
las perspectivas erróneas de los pintores góticos.

Las cumbres, los riscos y los matorrales
son un calco de feldespato brillante
que flamea bajo el sol y enciende
los sagrarios y esas arquetas
que nunca contuvieron nada.

Los pinzones imitan las notas de Litz
y bajo los chopos se deshacen
las sombras que en el suelo pintan
los óleos de Turner.

Las cumbres, los riscos y los matorrales
son el retrato novel
de frescos y de retablos.
Y la naturaleza, toda, es la acción teatral
de los cantos de las jóvenes de Mísia,
de las cariátides y los capiteles,
y de los versos perdidos en el mar del Dodecaneso.

Este otoño siento
los cuatro golpes del trueno
como lo hacía el destino llamando
con cuatro notas en la puerta.

¡Comprendo el guiño del sabio
que subía arriba del campanario
para contemplar los campos de amapolas!
A ojos cerrados, son la alternativa
el rojo exacto de Tiziano
y los verdes de Lorenzo Lotto,
que los conservo fundidos
entre los recuerdos y los versos
que se extienden por un desierto de meandros.

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