martes, 7 de noviembre de 2017

Bocatto di cardinale


A la vista del sitial queda claro que el eclesiástico comía mejor que el sacristán.

Obispos y sobre todo cardenales se han dado con frecuencia a los buenos banquetes, sin importarles demasiado el pecado de la gula. Son conocidos algunos menús servidos en lujosos manteles, adornados con franjas de brocado.

En sus mesas abundaban las carnes de caza -jabalí, ciervo o perdices-, la volatería de corral –gallinas, capones, ocas, incluso cisnes– también las carnes rojas de ternera o carnero. Las viandas se sazonaban con salsas hechas de especias y zumos de frutas ácidas, utilizaban ingredientes de origen exótico como el jengibre blanco, el azafrán, el comino o la pimienta. Antes de empezar rezaban unos padrenuestros y a media comida, entre plato y plato, tomaban algún extracto o néctar frío para disponer el aparato digestivo para que recibiera la continuación del banquete. Solían acabar con yemas azucaradas, frutas confitadas, bizcochos y pastelitos de matalahúva bañados con azúcar caramelizado.

Parece ser que Renzo Guzzini, obispo de la región de Las Marcas, era dado a los buenos manjares. Para el desayuno se hacía servir unas rebanadas de pan remojado con moscatel que acompañaba con ciruelas pasas, almendras, y unos pastelitos de chocolate. Decía que no había que comer demasiado y que era conveniente evitar la carne de mamífero.
Para el almuerzo: un antipasto a base de ensaladas con piñones, remolacha hervida y aliñada con ‘lacrime di Dio’ y unas hojitas de rúcula y lechuga de hoja larga; le seguía un plato de pasta, generalmente unos fideos con un picadillo de ajo, aceites y alcaparras de Pentelleria, a continuación, una sopa de mejillones, gambas y lubina aromatizada con albahaca y romero; después un plato de pescado que se hacía traer de Porto Recanati, se acompañaba con unos dados de polenta y aceitunas de Acoli (olive ascolane) que previamente se las habían deshuesado. Tomaba de postre frutas confitadas o bizcochos con nata o merengue. Para beber tomaba un vino blanco y seco, el Bianchello del Metauro.
Su cena era frugal, se limitaba a dos o tres manzanas al horno con canela y aguardiente, después se tomaba una tisana de hierbas digestivas a la que añadía las gotas que habían rezumado de las manzanas al horno que previamente había degustado.

8 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Ya sabes Miquel, primero un Aperol con mortadela y después el almuerzo. Buen provecho.

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  2. Tontos no eran.
    El Obispo cuidaba su dieta -solo la nocturna- porque era sabedor que "de grandes cenas están las sepulturas llenas". De la comida no se dice nada, salvo siesta de muy señor mío, de esas de pijama, orinal y padrenuestro, por aquello de los reflujos.
    Un saludo, Francesc.

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    1. Amigo Cayetano, está claro que no eran tontos, estaban cebados. Supongo que aquel obispo conocía el aforismo de la escuela de Salerno que reza así "coenato parum" (cena poco) o lo que dijo Werner, que por cierto utilizó el latín: "cum satur est venter, letum caput est mihi semper" (cuando la barriga está llena, tengo siempre la cabeza alegre).
      Abrazos

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  3. El Señor los querría de esa guisa: orondos y bien dispuestos a servirle; de lo contrario uno no se explica que se extendiera tanto aquellas conductas entre los altos dignatarios de la Santa Madre. Con razón el díscolo fraile de la Universidad de Wittenberg fustigó entre tantos otros excesos de la institución divina el de la gula. ¡Y pensar que las depauperadas y extendidas clases bajas envidiarían a la vez que criticaran a esos ungidos! No en vano estaba tan extendido el mal de la piedra, la gota y otras justas consecuencias del exceso gastronómico. El precio de lo que Lutero hubiera llamado "los golpes de Satanás".

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  4. Amigo Fackel,la historia de la Iglesia es cíclica, como cualquier otra historia vulgar, cuando se dan unos periodos de gordura aparecen predicadores que claman por la "flacura", unos iluminados reclaman austeridad contra la ostentación de la curia. Parece una lucha desigual entre gordos y delgados.
    Salud

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  5. A ver, el aspecto de los príncipes de la Iglesia es -era- de una vida sin resistencia a la gula. Hermosos y bien descansados para enhebrar sermones sobre las penas del infierno.
    Ahora se lleva más la delgadez y el músculo bien tonificado, incluso los sermones hablan menos del infierno, será porque lo tenemos más cerca y ya no merece la pena amedrentar al personal con su proximidad.

    Un abrazo

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    1. Querida Amaltea, supongo que los eclesiásticos actuales están más preocupados por su figura que por los pecados capitales, no vaya a ser que tengan que aprarecer en las pantallas de alguna TV.
      Abrazos

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